Se dice que en el momento en que una gran alma alcanza la iluminación se siente una ola de bendiciones alrededor de todo el mundo. Esto es lo que sucedió hace mucho tiempo el día en que Gautama meditaba debajo de una higuera de Bengala y se convirtió en el Buda.

A la leopardo hembra ya se le había pasado su mejor momento, pero aunque la edad le había sacado algo de su fuerza, le había dado una mayor astucia. Se agazapó silenciosamente, sus manchas mezclándose con el pastizal. Había permanecido inmóvil durante unos largos minutos, pero finalmente el cervatillo estaba al alcance. Mientras saltaba y lo rastrillaba con sus garras, una luz extraña destelló en el cielo. Ahora, cuando estaba a punto de hincar sus colmillos en su garganta, miró sus ojos temblorosos y recordó a sus propios cachorros de años atrás. Un instinto maternal olvidado surgió en ella mientras lamía suavemente las heridas en el costado de la cría. Luego se alejó, con su corazón sintiendo una paz y alegría que había perdido hace tiempo.

Gupta era el comerciante más rico del pueblo; su riqueza se debía a ciertas “mejoras” que había ideado. Colocando su pulgar en el interior de la cuchara para granos podía medir un poco menos. Había experimentado con la cantidad de agua que le agregaba a la leche hasta que incluso la abuela Gita, que tenía la lengua más exigente (y afilada) del pueblo no podía notar la diferencia. Estos pequeños ajustes habían agregado rupia tras rupia a su depósito secreto. Pero esta tarde, mientras se secaba con un trapo su frente y los pliegues de grasa debajo del mentón, se le ocurrió un pensamiento extraño. Tal vez se debía al brillo peculiar del cielo, pero por primera vez en su vida pensó que la pobre viuda al final de la calle podía necesitar el dinero más que él. A partir de ese día, el peso de las bolsas de granos de los clientes era un poco mayor, y la leche un poco más sabrosa.

El viejo astrónomo había estudiado los cielos toda su vida. Hoy, como parte de su rutina diaria, ajustó cuidadosamente el reloj de sol en el patio. Mientras lo hacía, una idea llegó a su mente en forma espontánea. ¿Qué tal si el sol y las estrellas no viajaban a través del cielo, como todos asumían? ¿Qué tal si las órbitas estaban fijas en el cielo y la tierra misma se movía lentamente debajo de ellas? Esto respondería tantas de sus preguntas. Con gran entusiasmo, se apresuró hacia el salón de estudios para presentarle su innovadora idea a los sabios. Fue afortunado porque ese día en particular los ancianos parecían curiosamente abiertos a ideas nuevas.

El joven faraón había ascendido al trono hacía menos de un año, luego de que su padre fuese asesinado en una batalla. Al crecer en medio de las intrigas de la corte no había tenido verdaderos amigos o confidentes salvo uno, el esclavo de su recámara, Nubia. Por las noches, en susurros, Nubia era el único con quién podía aliviar su corazón. Pero había habido una nube, si no de desconfianza, entonces al menos de sospecha, desde que la esposa e hijita de Nubia habían sido vendidas y enviadas a otra parte del reino. Durante los años siguientes una idea se había estado filtrando en su mente, pero nunca tuvo ni la posición ni el coraje para actuar sobre ella. Sin embargo, hoy, una nueva resolución ingresó en el corazón del faraón. Él sabía cuan amargamente se le opondría el consejo; aún así redactó el decreto. A partir de ese día ninguna persona podría poseer un esclavo. Desde hoy, todos eran ciudadanos: todos tenían los mismos derechos.

Cuando el comité se reunió la respuesta fue la esperada: “Pero, ¿cómo mantendremos el viejo orden? No perdamos nuestro control sobre el pasado o nuestros legítimos privilegios. ¡Tenemos que pasar más leyes y más severas!” El faraón fue lo suficientemente astuto como para saber que esta nueva ley no viviría más que él. Pero pensó, “Tal vez un día esta idea se esparza a otras tierras. Tal vez algún día no habrá más esclavos.”

Los grandes maestros se habían reunido en las alturas del Himalaya sabiendo, por supuesto, que este momento estaba por llegar. Habían entrado en meditación profunda para agregar sus bendiciones a la gran ola que emanó de Buda. En su omnisciencia sabían que el mundo necesitaría esta luz durante los largos siglos de oscuridad que se aproximaban mientras descendía aún más en Kali Yuga. Luego, en el momento ordenado, el gran ciclo volvería sobre sí mismo, y la lenta ascensión hacia la iluminación del mundo comenzaría nuevamente.

¿Quién sabe si incluso hoy, a pesar de lo confundida y desafiante que está la gente, una ola de iluminación puede llegar a venir de nuevo? El corazón abierto sentirá su llegada.

En gozo,

Nayaswami Jyotish

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