Una tarde, Swami Kriyananda nos invitó a tomar el té para hablar acerca de un cambio que tenía en mente para Ananda. Cuando preguntó nuestra opinión, le respondí con un poco de emoción, porque sentí que un principio estaba en juego. Swamiji me miró fijamente y dijo: “Puede que tengas razón, pero cuando hablas tan emocionalmente, es difícil aceptar lo que estás diciendo.”

Un poco más tarde otra persona se unió a nosotros, y Swamiji le pidió su opinión sobre la misma pregunta. A pesar de que llegó a la misma conclusión que yo había expresado, sus palabras eran claras y tranquilas. A ella, Swamiji le respondió, “Acepto tu punto de vista como la dirección correcta a tomar.”

Los principios verdaderos son poderosos porque tienen su raíz en la verdad impersonal.

Esta fue una muy buena lección para mí: los principios verdaderos son poderosos porque tienen su raíz en la verdad impersonal.Defenderlos con una reacción emocional solamente nubla su esencia y debilita su impacto.

Recientemente me encontré con estas palabras en el libro de Swami Kriyananda “Vivir Sabiamente, Vivir bien“: “Si te sientes impulsado a defender un principio, no lo hagas bajo la influencia de la ira. ¡Defiende tus creencias con alegría! Las causas dharmicas, es decir las causas justas, deben ser defendidas con rectitud. Y un desapego alegre es la única manera de tomar la defensa.”

Una de mis historias favoritas sobre cómo defender los principios pertenece a la vida de uno de los primeros padres Cristianos, San Antonio. Él vivió solo, en los desiertos de Egipto, rezando y meditando en cuevas aisladas durante muchos años. Al mismo tiempo, una controversia religiosa comenzó a desarrollarse en la Iglesia Cristiana emergente, amenazando con destruirla.

El cisma se centraba en dos puntos de vista opuestos acerca de Jesucristo. Un lado sostenía que era una encarnación divina, un ser iluminado. El otro afirmaba que era un maestro sabio, pero no de una estatura espiritual exaltada. Debates cargadosde emoción llenaron la gran Iglesia en Alejandría, causando gran confusión en la mente de los seguidores de Cristo.

Finalmente, en su desesperación, algunos monjes jóvenes buscaron a Antonio en el desierto y le rogaron que resolviera el debate.

A regañadientes volvió para estar entre los hombres, y, sin que nadie le viera, entró por la parte posterior de la iglesia en donde el debate estaba en su apogeo. Tan grande era su presencia espiritual que uno a uno todos se volvieron para mirarlo y las voces airadas se silenciaron.

A pesar de que no estaba acostumbrado a hablar, pronunció cuatro palabras que cambiaron el curso de la cristiandad. Antonio se limitó a decir: “Yo lo he visto”, luego en silencio se escabulló. El debate había terminado y Cristo fue reconocido como una encarnación de Dios mismo.

Si crees en algo, ya sea un ser divino o un principio, hazte uno con ello en tu corazón. Cuando necesites palabras para defenderlo, tendrás el poder interior para declarar la verdad.

Tu amiga en Dios,

Nayaswami Devi