¿Quieres venir, quieres venir?

¿Venir a mí, solo una vez?

¿Pasarán mis días sin verte mi Señor?

Noche y día, noche y día,

Yo Te busco noche y día.

Esta letra del canto “Puerta de Mi Corazón (pulse aquí para ver el video en inglés),” como muchas otras que nos ha dado el Maestro, está llena de anhelo por una respuesta divina. Para la mayoría de nosotros, parece que nuestras súplicas nunca son escuchadas, y que debemos continuar esperando a que nuestro amor por Dios sea correspondido.

Recientemente leí una entrevista a Yoganandaji que me dio un entendimiento más profundo acerca de qué está sucediendo en esta aparente historia de amor no correspondido. El entrevistador le dijo al Maestro, “Tienes seguidores buenos y devotos. ¿Has tenido que hacer un esfuerzo para tenerlos?”

El Maestro respondió, “¿El imán hace un esfuerzo para atraer al hierro? Hay una afinidad natural entre el hierro y el poder del imán.” Él concluyó, “Por medio de un anhelo espiritual sincero el discípulo busca al gurú—uno que puede guiarlo hasta Dios. Y el verdadero gurú, cuando sabe intuitivamente que un discípulo es enviado por Dios, hace un esfuerzo para atraerlo, y hace todo lo posible por ayudarlo.”

Esta respuesta llenó mi corazón de gozo, porque me aclaró una vez más que el amor del discípulo por el gurú o por Dios no es para nada unilateral, sino recíproco. El poder de la atracción divina solo puede existir si fluye en ambas direcciones: desde el discípulo hacia el gurú, y lo que es más importante, desde el gurú hacia el discípulo.

Respecto a esto, vino a mi mente la hermosa historia de Autobiografía de un Yogui en la cual el Maestro se encuentra con su gurú, Sri Yukteswar, por primera vez. El joven Mukunda estaba haciendo un mandado para el ashram de Benarés donde se estaba alojando, cuando fue guiado a una calle inadvertida. “Un hombre semejante a Cristo,” escribió, “vestido con las ropas ocre de un swami estaba de pie, inmóvil al final de la calle. En el acto, y como si lo fuera desde hacía mucho tiempo, me resultó familiar.”

Pero Mukunda es asaltado por las dudas y continúa con su camino. A medida que lo hace, sus pies se le entumecen, y se da cuenta de que el santo lo está atrayendo magnéticamente. Volviendo sobre sus pasos, se arrodilla ardientemente a los pies de su gurú.

“¡Querido mío, has venido a mí!” Sri Yukteswar (pulse aquí para ver el enlace en inglés) profería estas palabras una y otra vez en bengalí, su voz temblaba de alegría. “¡Cuántos años te he esperado!”

Con nuestra percepción limitada, solo somos conscientes de nuestro amor no correspondido por Dios. Seguimos ajenos al hecho de el Amigo Divino ha estado llamándonos por mucho tiempo: “¡Cuántos años Yo he esperado por ti!”

¿Cómo nos abrimos a la realidad de que el amor de Dios está con nosotros ahora mismo, y en realidad siempre ha estado allí? Al cantar, al orar, en meditación, cuando sientes que tu devoción se acerca a Dios, recuerda que es Su amor por ti el que está atrayendo el anhelo de tu corazón. Este amor no se origina en ti. Es la Divinidad acercándose a un hijo amado, llamándote a casa.

Trata de sentir ese momento de gran realización al que Yogananda describe en otro de sus cantos, de “encuentro de corazón y corazón, saludo de Espíritu y alma.”

Este es el fin de toda nuestra búsqueda y esfuerzo: cuando sabemos que nuestro amor por Dios nunca ha sido no correspondido, si no que siempre ha sido recibido por Él, y devuelto muchas veces.

Con un corazón alegre,

Nayaswami Devi

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